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Entre miedo, dudas y nervios capitalinos viven el sismo

El crepitar de la tierra fue algo más que un simulacro en memoria de 1985, la tierra nos recordó a las 13:14 horas el miedo que genera un sismo en la Ciudad de México.
Las bocinas callaron, está vez la alerta sísmica fue un grito hueco, fue el palpitar del piso que se fue acelerando hasta quitar la duda de las personas: es un temblor.

En la zona de Reforma, el movimiento fue violento, la cara de las miles de personas que trabajan sobre la afrancesada avenida de la capital dibujaba nerviosismo, miedo, el pánico que le dejó aquel septiembre de hace 32 años.
Todo fue cuestión de segundos para que las hileras de personas empezarán a salir a la calle, primero los de los edificios más pequeños, después los de los rascacielos como la Torre Bancomer o la Torre Mayor.

De pronto, Reforma se fue haciendo un estacionamiento gigante, afuera del hotel Four Season alertan que “huele a gas”, “apaguen cigarros”, las lágrimas se empezaban a asomar en algunos rostros y con ello las primeras crisis de histeria que atendían los médicos del IMSS vecino.

Entonces, empezaron a sonar las alarmas de patrullas y ambulancias lejanas, los rotores de los helicópteros Cóndores de la Policía merodeando la Ciudad de México, el rumor de voces preguntando sobre la intensidad del sismo.
Para las 13:20 horas, Paseo de la Reforma ya era un caos, las banquetas desbordaban, empleados con sus trajes y corbatas, a un lado de un grupo de alemanes no disimulaba el temor, mientras que en tres turistas japoneses la hinchazón y el rojo al borde de los ojos evidenciaba el llanto.

Estacionados, autos y gente en la avenida, todos empezaban a buscar a sus familiares, las redes se saturaron y era imposible, el trinido de Whatsapp se multiplicaba, para algunos dos palomitas azules era el mayor milagro: “todo está bien”, “todo ok”, “se sintió horrible”, “estuvo por que el pasado”. Sin embargo, en muchos hay miedo, llegaron los primeros rumores, “dicen que se cayeron edificios”, “dicen que fue en la Condesa”, “en La Roma”, Muchos se acercan a escuchar las voces que salen de los autos que dan los primeros reportes.

Poco a poco, los policías tratan de descongestionar Reforma, los autos avanzando hacia todas direcciones entre un mar de gente que espera que Protección Civil los deje entrar a su edificio, dando pie al paso de ambulancias y a una quinceañera despistada posando en el Ángel de la Independencia sin darle importancia al sismo.

El Metrobus en Insurgentes está detenido, el Metro tampoco es opción para quien quiere llegar a sus casas, a la escuela de sus hijos o con su pareja, la única opción: caminar, hay algunos afortunados que tomaron las últimas Ecobicis.

En la entrada del Fiesta Americana en la Glorieta de Colón, los adoquines negros se levantaron y una grieta rompió la jardinera, mientras empleados del hotel reparten sándwichs, botellas de agua y bolsas de pasas a los transeúntes.

El edificio de la Lotería muestra unas grietas en su punta, otros cristales reventados, mientras los negocios bajaron sus cortinas, Reforma se volvió una larga letanía de murmuros, de dudas, incertidumbre sobre las afectaciones reales, de sirenas de ambulancias y bomberos, de ventanas rotas en los edificios y banquetas quebradas.

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